jueves, 6 de diciembre de 2012

6D


Señora, admita que un poco oxidada si está. No es que nos hayamos vuelto unos malagradecidos, entienda solamente que los tiempos cambian, y usted no se ha quitado todavía las hombreras. 

Tampoco es que se trate de una cuestión de moda, que parecería frívolo por mi parte, es solamente que a diferencia de ésta, la política y las leyes son de todo menos cíclicas, o al menos así deberían serlo. Que l
as normas, fundamentales y no fundamentales no están hechas hasta que el pueblo cambia, hasta que se mueve, hasta que las modela con su necesidad. Que lo que hay antes son un puñado de letras que pueden anticiparse y caer en gracia, o no, pero que no son más que las pretensiones calculadoras de un momento concreto y exacto, y nosotros somos más que eso. 

Nosotros, Señora, somos los hijos de la esperanza, los que nacieron con las ventanas abiertas a una libertad conformista, en parte, que llegó corriendo y deprisa. Pero nosotros somos también ahora los padres de la necesidad, porque tenemos la obligación, irremediablemente, de hacer cicatrizar las heridas que se taparon con los vendajes de unas manos cansadas, tenemos el deber de transformar el presente en un futuro prometedor, porque este país está lleno de gente maravillosa. 

Le ruego no se moleste, no nos queremos deshacer de usted como si fuéramos la mafia siciliana, amarrarle un bloque a los pies y ¡hala! No, no, eso nunca. Usted se viene con nosotros, a dónde vayamos, pero ahora quizá le toque jubilarse un poco, ya me entiende, dejar de trabajar pero seguir llevando a los nietos al cole y no se preocupe por la pensión que la suya es vitalicia. Tiene que descansar, lo vamos a hacer bien, tenemos los errores en una mano y las ganas en la otra, se que no es fácil empezar y por eso gracias por traernos hasta aquí. Lo dejo en sus manos, o en las nuestras, que viene a ser lo mismo, ¿no?

¡ Feliz Cumple !


martes, 4 de diciembre de 2012

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En días como éstos la oigo todavía, bajito, nunca más alto de lo que se oye un latido. Ella, que los mira siempre desde un estadio diferente, sin darse cuenta, aquella vez subió mucho más arriba. Les hablaba con el desprecio involuntario con el que se mira al que sabes que no va a entender lo que dices. Fue la vez que más fuerte la vi, más altiva que nunca, y más serena que siempre. Hasta yo, que vivo suspendida en un margen despreciado por unos pocos, a los que la hipocresía de hablarse inferiores les gana la batalla, me volví pequeña. Entonces les dijo:

"Miren, yo tenía un profesor que siempre decía que hay una gran diferencia entre caminar y bailar. Uno camina porque tiene que hacerlo, porque no se puede quedar parado, casi por inercia. Pero uno baila porque quiere, porque lo disfruta. Pues eso me pasa a mí. Hay gente con la que puedes caminar, pero yo con ella prefiero bailar:"

Me miró orgullosa. Y yo más que con orgullo le devolví la mirada con la admiración del feligrés que contempla a una virgen. 

Probablemente estaría lejos de serlo, pero a mí me devolvió la fe.