miércoles, 21 de agosto de 2013

Despedida.

Cuando eres feliz te cuesta escribir. Entre otras cosas porque cuando la vida te parece maravillosa hay que dedicarse a vivirla, no a contarla. Por eso, hoy, un año después de un tiempo difícil de no contar me declaro en huelga. Me pongo de letras caídas y de brazos abiertos, de bolis abandonados y billetes comprados. Hoy cierro los cuadernos y abro la guía de los trenes que tenemos que coger, de los restaurantes en los que vamos a cenar y de las esquinas dónde yo voy a pararme cansada de andar, el mismo sitio en el que tú me vas a rodear con el brazo y vas a decir "Venga, un poquito más". Parece poco, pero es verdad eso de que cinco minutos bastan para soñar toda una vida, a mí me pasa cada vez que descuelgo el teléfono. Y por eso, a partir de hoy dejo de escribir sobre ti, porque a ti no puedo contarte, aunque lo intente. Quizá si llega el día en que no estés vuelva a tener el valor de relatarte.

No es una carta de despedida, es una declaración de intenciones: porque pienso ser feliz todos los días de tu vida, porque la mía te la regalé hace tiempo. Sé que puede estar mal visto, pero no tengo otra opción. Ahora me guardo las tildes y prometo acentuar la vida con besos. Ahora que todo vuelve a estar en calma, ahora que estamos siempre en casa, ahora que va a salir bien. Y si no sale, no te preocupes, tengo la historia más bonita del mundo para contar.



No hay comentarios:

Publicar un comentario