viernes, 29 de junio de 2012

De paso

El que escribe, escribe porque tiene algo que contar. A lo mejor no es a nadie en concreto, la mayoría de las veces es a él mismo, porque no tiene el valor de creerlo si es que no lo lee. Y yo no lo sabía, pero sucede que a veces no tienes nada que contar, y no tienes nada que contar, no porque lo hayas contado todo ya, sino porque no hace falta leer para creer. Uno no sabe cuando llega a ese punto, quizá yo que escribo pensando que ya lo he entendido, vuelvo a hacerlo para entenderlo mejor, no lo sé, sinceramente no lo sé. Y no sé muchas cosas más, muchas más de las que aparento no saber, y unas pocas menos de las que te cuento para que me entiendas. Dijo Platón que dijo Sócrates "Sólo se que no se nada", y si él se regodeó en su ignorancia fue probablemente porque el ser consciente de lo que somos nos hace más sabios aún.

Yo no se nada tampoco, aunque seguro menos nada que Sócrates. Incluso las poquitas cosas que creo saber se me escapan, incluso esas de las que siempre he estado tan segura un buen día hacen ¡pluf! y se escurren, se deslizan, patinan, se resbalan. Las previsiones, los vaticinios, los proyectos, los cálculos, nada que podamos hacer en base a aquello que creemos conocer puede socorrernos, porque créeme, entonces ya nos hubiéramos salvado. Y pasa también otras veces que eso que creemos coincide con el futuro, que pensamos que somos inmunes, omnipresentes, omnipotentes, sin darnos cuenta que el futuro no deja plazos abiertos ni al pasado ni al presente, y el determinismo engañoso, ése, no tiene mucho que ver con la realidad que nos abraza.

Pero, ¿sabes qué? Que no se nada, pero ni tú ni yo ni nadie, y probablemente lo poco que podamos saber se siente tomando un helado, bebiendo un café, dando besos, o dejándose acariciar el pelo. Que lo que nuestra mente llega a entender de verdad no se trata de ecuaciones, de libre albedrío o de justicia social, que será probablemente que lo único de lo que podemos estar seguros sea del amanecer que nos paramos a mirar de tanto en tanto, o de la risa que nos provoca la sonrisa de otros, o de la calma que se siente después del llanto.

Son esas pequeñas cosas, esos instantes, esos segundos milimétricos en los que podemos encontrar toda la verdad junta, toda la seguridad, toda la ignorancia del resto de las otras.Y será probablemente cada una de ellas sin buscarlas, ni predecirlas, ni adivinarlas, ni entenderlas, las que nos enseñan que buscando la felicidad, ella pasa por delante de nosotros todo el tiempo...



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