domingo, 22 de julio de 2012

24h

Lo cierto es que me hacía falta algo de esto. Es de estas cosas que salen en las películas y que no se suelen ver habitualmente. Eso de pedir la cena a domicilio, pintarse las uñas, ver una serie llena de "manolos", reírse hasta decir basta y sudar un poco por los ojos.

La verdad es que suena todo muy cursi, muy de americanismo corrupto con tintes de dramatismo novelesco. Quizá hubiera sido mejor ponerse un vestido y unos zapatos bonitos y haber salido a caminar la ciudad de noche, llegar tarde y medio a tientas y dormir hasta que el almuerzo se convirtiera en una necesidad. Dudas tengo de si hubiera sido mejor hablar con algún que otro extraño, de esos que te hacen reír por el gusto de verte y no por la necesidad. Supongo que hubiera sido más desestresante no pensar y no discernir, echarse a bailar, no controlar, dejarse llevar, ya sabes, eso que se espera que hagas.

Podíamos haber salido a quemar la noche, y decidimos quemar lo que no queríamos, de verdad. Decidimos quedarnos con nosotras, a veces a solas cada una, otras abrazándonos. Quisimos escucharnos los silencios, prepararnos el almuerzo, dejarnos los hombros y construir las expectativas. Cuando todo eso había acabado, nos fuimos, sin hacer ruido, despacito, cerrando puertas y ventanas. Y entonces nos dimos cuenta de que algo había cambiado, dentro, no muy grande, y nos quedamos ahí, con la serenidad que le sigue a esa fugaz guerra fría. Con esa extraña felicidad del que sabe que está haciendo las cosas bien, despacito, sin prisa pero sin pausa. Que no corre, que va seguro, que va sereno.

Con esa extraña felicidad del que comprende que está todo por llegar.











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