domingo, 15 de julio de 2012

Matemáticas

Razón tenía el que dijo que no se escribe con dolor, y me parece que fui yo. Pues ahora he descubierto que tampoco está excesivamente bien escribir con sueño, pero más que nada porque se te quedan palabras atrás, y las ideas se entremezclan unas y otras, como si no fuera suficiente el desconcierto propio con o sin él.

Pues lo cierto es que ya que te quedas con sueño deberías sacar algo en claro, o por lo menos más claro que las ojeras que me van a salir. Y más cierto que lo anterior debe ser que a pesar de mis intentos locos por entender, discernir, descifrar y si me apuras y aunque no se trate de leyes, interpretar, pues al final como siempre cuando intento hacerlo no saco nada, pero absolutamente nada en claro. Nada. Pero ni claro, ni manifiesto, ni obvio, ni evidente. Nada. 

Así que a la impotencia de no poder hacer nada o de no saber hacer nada, se suma la de no entenderlo o supongo más bien, que como siempre, la de no dejarse vencer. Pues bien, creo que inevitablemente me vuelve a ocurrir aquello que un día me pasó con las matemáticas. 

Que yo he sido siempre de letras es un hecho que a estas alturas poca trascendencia tiene ya, pero si es cierto que como me pasa más de una vez, intenté desafiar a las crueles reglas de la genética y me matriculé en un curso de ciencias. Si, si, todito él. Con su biología, su física y química, y todas sus ecuaciones completitas. La verdad es que lo primero no se me dio tan mal, pero lo de las matemáticas, eso fue un tormento chino. Lo que pasa es que yo ponía todo mi esfuerzo: hacía la tarea en casa, iba a clases particulares, levantaba la mano en clase, salía a la pizarra..¡todo! Lo hacía absolutamente todo, lo que estaba en mi mano y lo que no, para poder superar aquello. Examen tras examen ponía todo mi empeño, y cuando lo terminaba pensaba, éste sí, éste sí que lo apruebo. Esos eran los del 4,5. Total, que cuando casi me había dado por vencida, llegó EL EXAMEN FINAL. Todo el mundo estaba aterrorizado con el examen final, aquello era como la catarsis absoluta, el fin del mundo, el apocalipsis. Los cuatro jinetes venían en la forma de 10 ejercicios, entre trigonometría, ecuaciones y fracciones exponenciadas a algo que a mí ya me parecía excesivo. Así que allá fui, con mi boli, mi maleta rosa y la seguridad de que lo haría muy bien, y no llegaría al 3. 

Siempre lo recordaré. Llenábamos todos el salón de actos, se oían los murmullos de los nervios que zarandeaban las ideas. Inexplicablemente para ser Junio, o Mayo, no recuerdo bien, hacía frío allí dentro. Creo que es ese frío de miedo que te recorre el cuerpo. Siempre recordaré aquel día. El día en el que aprobé el examen de matemáticas con un 6.5. No era la mejor nota del mundo, pero era mía, venía de mi trabajo. Siempre pensé que yo iba más lento que el resto. Que mi aprendizaje iba más despacito, que no era capaz de hacer exámenes al mismo tiempo que los demás porque no había podido asimilar como ellos. Ahora se que no era eso.

Lo que pasó aquel día fue algo tan sencillo y tan complicado como no tener miedo. Aquel día no tenía miedo. Lo tenía el resto por mí, los que se jugaban algo, de ellos era la incertidumbre y el desasosiego, pero yo no. Yo había misteriosamente dejado de creer en mí y en mis posibilidades, aunque hubiera mucho esfuerzo puesto, sabía que ya no podía hacer nada, que aquella no era mi guerra. Y me sorprendió. Porque la vida te sorprende más veces de las que somos capaces de ver. No quiero decir con esto que espere que vuelva a hacerlo, no que va, de hecho no volverá hacerlo, estoy segura.

Lo que quiero decir es que aprendí que hay veces que tienes que dejarte llevar. Hacer las cosas como crees y seguir adelante, no resistirte, aunque la resistencia si que sea algo que no puedo burlarle a la genética. Me quedó matemáticas para Septiembre, a pesar de haber aprobado ese examen, pero fue el mejor verano de mi vida. El mejor que recuerdo. Fue el verano más feliz de todos los que he tenido, y supongo que de los que no he tenido también. Fue el verano de mi vida. Y septiembre trajo el aprobado en matemáticas, pero ya daba igual. Ya había aprendido que pase lo que pase, la vida siempre te depara algo mejor, sorpresas, que tienes que saber ver eso sí. Yo hoy me pongo las gafas y me salgo a la calle para que no se me escape nada, que la vida es muy corta, y yo ya no quiero esperar más.


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