jueves, 6 de septiembre de 2012

te-cuento un sueño

Hoy es de esos días en los que piensas que no deberías escribir nada, más que por lo anterior porque tampoco creo que nada de lo que vaya a decir sea iluminador. 

Anoche soñé. En realidad sueño todos los días, y más noches de las que me gustaría. Había una carretera larga, con muchas curvas, estrecha. Afortunadamente no conducía yo, lo que suena más extraño desde hace unos meses. Quiero decir que no me fijé demasiado en lo que dejaba a los lados, pero el olor a tierra mojada estaba más gravado en el corazón de lo que podía recordar. Había niebla, mucha, pero asombrosamente todo se veía con una claridad brillante, como esa que aparece cuando está amaneciendo. 

El coche se apartó a un lado de la carretera, no había nadie por allí. Salí del coche y hacía frío, mucho frío, un frío que no había sentido desde hacía mucho. ¿Sabes ese frío que traspasa abrigos, pieles, y todo lo que que está detrás? Vale, pues era más que ese frío. Pero a pesar de eso, había un extraño aire que me golpeaba la cara y me hacía sentir desahogada, como si llevara mucho tiempo encerrada, como si aquello fuera lo que necesitaba.

Delante de mi se abría un camino. Eran bastante pendiente, si lo miro bien era más que pendiente. Además el suelo parecía resbalar, y si yo puedo caerme me caigo, así que subir aquello se iba a convertir en algo más que arriesgado. Empecé a caminar, iba agarrándome a las piedras grandes que me encontraba, me tropecé, una, dos, tres veces, me volví a agarrar, me corte un poco, seguí caminando. Me resbalé, ¿ves? Lo había dicho. Me caí de culo, como siempre, duele. Me levanté, seguía andando. Me faltaba un poco la respiración, estaba un poco cansada, pero seguía, era como si conociera aquel sitio, era como si algo estuviera esperando. El raspón escocía, la respiración escaseaba, pero algo más que la fuerza en las piernas me empujaba a seguir caminando. Una última piedra a la que agarrarse y arriba. Apoyé el pie derecho, hice toda la fuerza que me quedaba, y pisé firme. Las piernas se me tambalearon y el corazón se me aceleró. Cerré la boca porque por la nariz se respira mejor y abrí los ojos. 

Conocía aquella explanada, y aquel cielo, y aquel frío y aquel olor a tierra mojada. No era algo que no hubiera visto ya, pero quizá hay cosas que hay que volver a mirar con otros ojos. No sabía si el ansia era por los recuerdos, si las ganas por lo vivido cegaban más que cualquier otra cosa. Y cuando miré hacia un lado estaba ahí, como si nunca se hubiera ido, como siempre fué. Entonces nos vi desde fuera. Aquella era la imagen más bonita del mundo. 




No hay comentarios:

Publicar un comentario