viernes, 17 de agosto de 2012

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Ella pensaba que él llevaría un traje de Armani. De esos hechos a medida que quedan como un guante, que vuelven a uno más guapo por el simple hecho de abrocharse un botón. Había llegado a la conclusión de que la corbata quedaría fuera, porque él no sabía hacer el nudo, y ella tendría toda la vida para hacerlos. La camisa blanca. La camisa siempre blanca. Y los zapatos elegantes, de piel, de alguna zapatería italiana que habrían encontrado en su primer viaje a Milán, un invierno en el que nevó. El pelo daba igual como lo llevara, era el mejor pelo del mundo. Mejor que se dejara un poco de barba, así no se parecerían a los dos adolescentes que se encontraron aquella primera tarde de verano en la plaza. 

Ella quería unas sandalias de Jimmy Choo, no muy altas para que él no se enfadara, al fin y al cabo no habría un muñeco en la tarta más alto que el otro. El vestido sería de Stella Mccartney o quizá de Alexander Mcqueen, éste último para parecer una princesa, aunque llevaba siéndolo toda la vida. Quería que fuera como el de su abuela, de escote barco y manga francesa, que se deslizara por el cuerpo para acabar en un abanico perfecto que aleteara a cada paso que daba. Creo que iba a cambiar el escote barco por uno sencillo en V, si, porque el pelo lo iba a llevar suelto. Nada de recogidos pomposos, iba a dejar que el pelo le cayera sobre los hombros como en los veranos que volvían de la playa y se metían en el coche corriendo para no achicharrarse. Ella siempre bajaba el espejo y le decía, ¿has visto mi pelo? Él siempre contestaba, "así es como más me gusta". Llevaría las perlas de siempre, alguna cosa escondida de su mejor amiga, y el regalo de encontrarse con aquellas pestañas una vez más.

El lugar no estaba decidido. A él sólo le gustaban las iglesias por el arte, y la fe de ella había sido tentada más de una vez. Lo cierto es que el sitio era algo que no había pensado del todo, pero tampoco importaba, quizá para los invitados si que eran los que se iban a fijar en todo, ellos no, ellos tendrían el paisaje que esperaban delante toda la vida. Los invitados no serían muchos, pero no pocos. Él tendría que invitar a la gente de los negocios más influyentes, algunos políticos que no soportaba y a empresarios de tratos por cerrar. Ella a la gente de la cultura, algún escritor, algún pintor que regalaría uno de sus cuadros y a los amigos que habían hecho por el camino. Los padres y los hermanos, el de ella con lagrimas en los ojos, ahora sí que era su héroe. 

Entre el olor a rosas blancas y peonias rosa pastel se despertó y suspiró. Se había rendido a su naturaleza de   soñar las cosas. Quizá es que el subconsciente le volvía a traer todo lo que había querido desde pequeña, incluido él. Se quedó clavada en la almohada como cada mañana que se despertaba con aquellos sueños y lo único que no podía dejar de pensar era que en el próximo se casaría en vaqueros.





                                           







2 comentarios:

  1. Me he quedado sin palabras... una obra de arte, y cuánta verdad y metáfora escondida detrás de cada línea, qué placer leerte (Sarai)

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  2. Placer es que alguien como tú me eche tanto piropo !

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