sábado, 18 de agosto de 2012

2

Otra vez tarde. La verdad es que empezaba a pensar que tenía una tendencia natural para no llegar a la hora punta, y más cuando la esperaban. Sus amigas se habían confabulado para quedar con ella media hora antes de la fijada para todas, así se aseguraban que llegaría sin retraso.

Miró el reloj. Estaba parado. Salió corriendo con el vestido en la mano para mirar el de la cocina, tenía 30 minutos para llegar, y el camino ya eran 15. Volvió dando zancadas aún más largas que las anteriores, se enfundó el vestido, se sacudió un poco el pelo y se deslizó por los zapatos. Lo cierto es que no le convencían mucho sus pintas de niña tonta: el vestidito de flores, las sandalias trenzadas y los mofletes colorados del ajetreo, pero no tenía tiempo para ponerse más seria. De todas formas, ser seria nunca había sido su objetivo en la vida. En ese momento se miró al espejo y recordó a su madre. Tuvo que volver algunos años atrás para poder hacerlo, y los tiempos que recordaba, como le había dado por hacer últimamente, no eran de sus pretéritos preferidos, aunque sin duda fueron los maestros pluscuamperfectos.

Parece que la estaba oyendo. Ella había salido unos días de casa, a tomar el sol, a beber mojitos y a intentar desprenderse de lo que terminó comprendiendo que no haría en toda su vida. Cuando estaba fuera siempre le gustaba llamar a casa bastante, cada llamada era una bienvenida y aunque le costara reconocerlo al principio, con los años terminó aceptando que la cansina insistencia de su madre por controlarla cuando era pequeña se había convertido casi en una necesidad.

Mamá descolgó el teléfono. La verdad es que no era nada importante lo que iba a contarle, y tampoco se acordaba muy bien por qué habían empezado a reírse las dos, pero tenía grabadas exactamente aquellas palabras:

- Cuando no estás falta la alegría.

Muchas cosas habían cambiado desde entonces, y ella que siempre se resistió a los cambios se dio cuenta en ese mismo instante que aquello era algo que tenía gravado más allá de lo que el ADN puede delatar, que aquella naturaleza pispireta, revoltosa e inquieta era tan indomable como el pelo que se le había quedado ese mismo día, y que otra vez le había pasado, que hoy también llegaría tarde. 




No hay comentarios:

Publicar un comentario