jueves, 2 de agosto de 2012

VienenVan


Ahora que llega el verano, es necesario aclarar que hay muchos tipos de viajes.



Están los viajes por deber y por querer. Los primeros suelen ser a veces los más difíciles, porque pocas cosas que se deban son fáciles. Los segundos son más peligrosos porque no siempre se encuentra todo lo que se quiere, y menos se quiere todo lo que se encuentra. Hay viajes en los que uno fija el destino y eso le hace perderse el camino, ya sabes, por eso de no mirar a los lados. Luego están esos en los que tu destino se hace el viaje, son los mejores.


La mayoría viaja para perderse. Se llama huir, evadirse, fugarse, mi más sentido odio a los que desertan. Quizá nuevos aires no le vengan mal a nadie, nuevas compañías, nuevos recuerdos, pero hay quien queriendo escapar de una jaula más de oro que dorada, se lleve la jaula a cuestas a dónde quiera que vaya, porque la tiene dentro y la carga con él, o algo así decía en "Desayuno con diamantes" George Peppard. Lo cierto es que sea cual sea la finalidad del viaje que tengas pensada, siempre, siempre, acaba sorprendiéndote.

Yo fui uno de esos que odié. Yo pensaba ser uno de esos desertores, y me convertí en algo que no esperaba. Porque a veces es necesario intentar huir para comprender que vayas dónde vayas y busques lo que busques, al final te acabas topando contigo mismo, frente a frente, y entonces entiendes quien eres de verdad, y es ahí sin duda alguna dónde empieza el viaje más maravilloso del mundo.




"No viajamos solas, y nos esperan en el puerto" A ti, gracias.

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